Este hallazgo tiene como autores a Joanna Massel y Etienn Rajon. Según ellos, en la naturaleza, muchos de los nuevos rasgos que permiten a sus portadores conquistar nuevos hábitats empiezan como errores cometidos por las células. Dichos errores producen unas proteínas alteradas, las cuales tienen propiedades completamente nuevas, aún cuando no haya fallado nada el propio gen. Pasado un tiempo, estos errores pueden entrar en el gen y establecerse de forma permanente.
Si la información genética fuese interpretada por mecanismos de forma impecable, los organismos se mantendrían iguales todo el tiempo y no podrían adaptarse a nuevas situaciones o cambios en su entorno. Los seres vivos pueden tener dos opciones para adaptarse a los peligros que traen consigo estos errores. Una de ellas es evitarlos desde el principio teniendo un mecanismo de revisión para detectar y corregir los fallos que puedan surgir. Y la otra es permitir que existan, pero al mismo tiempo, desarrollando una capacidad para soportar los efectos nocivos que dichos errores pueden producir.
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